La juventud es la etapa más hermosa de la vida, pero también la más
dolorosa. Durante esos años crees enamorarte de la persona que será la más
importante de todas, deseas que todo lo que haces sea bueno, que nadie te
juzgue, que todos los días sean hermosos, como una fiesta. Pero ves los días
pasar y, tras esas buenas cosas se esconde lo que más te hace daño. La adolescencia
no es una fiesta continua, las personas que te rodean no sólo te juzgan por lo
que haces, sino que son capaces de llegar hasta donde más te duele. El para siempre
que ese chico te prometió tenía una corta duración, hasta que la prostituta
salía de su esquina en busca de un poco de sexo y amor.
Cuando tenía 18 años, cansada de todo, vine a esta ciudad, conocida como Los
Ángeles. Creía que aquí podría comenzar de cero, ser quien quería que fuese,
pero se me olvidó que incluso las
personas que dejas atrás, las que te hacen daño, son luego las que más echas de
menos. Y los días pasaron a ser eternos, las calles por las que andaba buscando
sueños estaban llenas de personas cansadas de sus rutinas mientras yo sólo
deseaba una rutina distinta, diferente.
Mi consejo, querido amigo, es que nunca pretendas tener todo en la vida,
pues siempre te faltará algo. Puedes tener infinidad de amistades, pero
seguramente te falte el amor. Puedes tener únicamente a una persona a la que
amar todos los días de tu vida, pero necesitarás amigos con los que charlar. Y
es que la vida son dos días, puedes aprovecharla y vivir lentamente,
disfrutando de cada momento y quedándote con los pequeños detalles que todos
dejan pasar; o por el contrario, puedes vivir rápido, con ganas de acabar pronto,
de alcanzar la cumbre para luego caer en picado.
Mírame a mí, ahora sé que sin tener nada, soy la persona más feliz del
mundo-susurró mirándome con los ojos llenos de lágrimas. E incluso en ese preciso
instante, era la chica más hermosa que había visto en mi vida.